Civiles asesinados, incluso quemados vivos… esa es la cruel realidad que viven los clanes tribales que habitan en Mali, casi en la frontera con Burkina Faso. Hace tiempo que están más preocupados por guerrear que por contemplar las estrellas, de donde vienen sus dioses... Y los OVNIs.
Como ocurre con otros pueblos que aglutinan en su pasado argumentos más o menos enigmáticos, los dogón, cuya procedencia no está muy clara, decidieron asentarse en el altiplano de Bandiagara, colgando en ocasiones sus poblados de los grandes precipicios que se abren en esta falla africana. Su aislamiento desde el siglo XII hasta bien entrado el XX fue casi total, por lo que a la llegada de los primeros exploradores las tradiciones dogón permanecían intactas desde hacía ochocientos años. La mitología dogón dice que al principio de los tiempos el dios Amma creó la bóveda celeste y las estrellas, arrojando varias bolas de barro que previamente había modelado. Después, siguiendo el mismo método, dio vida a dos pares de mellizos hermafroditas; a los primeros los llamó Nummo y a los otros dos Ogo y Nommo, los sembradores de discordia. Sin embargo sus malas intenciones no llegaron muy lejos, porque Amma, viendo la conflictiva conducta, decidió sacrificar a Nommo para que con su sangre se reparasen los daños causados por su hermano, que representa al Lucifer de la tradición cristiana.
El primero en hablar de este asunto fue el antropólogo Marcel Griaule, el único occidental que en la década de los 30 del siglo pasado obtuvo el permiso para convivir con estas enigmáticas gentes.
De este modo, en esa tierra primigenia surgieron los ríos y por lo tanto la aridez de los desiertos creados por Ogo se transformó en un campo fértil y paradisíaco. Aquí se asentaron los hijos de los Nummo, ocho elegidos, convertidos de pequeños en seres divinos tras ser enviados a las estrellas, a la casa de los dioses. Pero, ¿de qué estrellas hablan? Este es su mayor misterio, porque tiempo atrás, un sabio dogón llamado Ogotemmêli aseguró al antropólogo francés Marcel Griaule que su pueblo, desde muy antiguo ya conocía la presencia de Sirio en los cielos, a la que llamaban Sigu Tolo, «hogar de sus dioses», y así la representaban en el arte rupestre de sus cuevas, como posteriormente se confirmaría.
Hasta aquí todo normal. La situación se complicó cuando el sabio continuó con su narración, asegurando que tiempo después uno de los Nummo regresó a la Tierra, diciendo a su pueblo que él procedía de otra estrella conocida como Po Tolo, que además era más pequeña y giraba alrededor de Sigu Tolo, empleando en realizar la órbita completa medio siglo. Aunque resulte sorprendente eso es lo que descubrió en 1962 el óptico estadounidense Alvan Graham Clark cuando probaba un gran telescopio con una lente de 47 centímetros para la Universidad de Mississippi. El artilugio apuntaba a la estrella Sirio y de repente descubrió que junto a ésta aparecía otra mucho más pequeña, una enana blanca situada a 8,7 años luz de la Tierra, que por vez primera mostraba su esplendor, y a la que bautizaron Sirio B. ¿Cómo sabían los dogón de su existencia con siglos de anticipación? Ahí no quedó el asunto; cuando Nummo hizo su última visita también apuntó que alrededor de Po Tolo orbitaba otra pequeña estrella llamada Emme Ya. Pues bien, la comunidad científica internacional se quedó estupefacta en 1995 cuando los investigadores Daniel Benest y Jean-Louis Duvent afirmaron haber hallado una tercera estrella, una enana roja, que giraba alrededor de Sirio B y que bautizaron como Sirio C.
En esos mismos días el periodista y Premio Planeta Javier Sierra afirmaba, una vez que Benest y Duvent hacían público el resultado de sus investigaciones, que «Sirio es, en verdad, un sistema estelar formado por tres estrellas y no por dos, como desde mediados del siglo pasado asegura nuestra astronomía; y lo pudieron averiguar al estudiar con detenimiento las variaciones en la órbita del sistema de Sirio desde 1862 hasta nuestros días, lo que les llevó a pensar que un tercer cuerpo estelar estaba influyendo en su recorrido». Pero esto es algo que los dogones ya sabían desde siglos atrás. El cómo lo lograron, sin los avanzados equipos astronómicos de la actualidad, continúa siendo un enigma…
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